lunes, 27 de agosto de 2012

La Unión Familiar


Este fin de semana pasado recibimos la visita de mi cuñado Iván, su esposa e hijo y mi querida cuñada Veruzka y su esposo, aunque su visita fue corta, la felicidad de mi esposa fue tan grande que no importo realmente el tiempo, pues lo disfrutamos plenamenmte.
Gracias a Dios, por llenar aun mas de alegría nuestro hogar con su visita y espero que la atención prestada haya sido de su agrado y puedan volver pronto, pues hubo mucho amor puesto en ello.

LA UNIÓN FAMILIAR

Cuando hablamos o pensamos en la familia, lo hacemos desde la perspectiva de un grupo personas que conviven y comparten un mismo techo. De esta forma, se hace explícita la importancia de la manutención, el respeto, los cuidados y la educación de todos sus miembros. Pero el real  objetivo es descifrar la ecuación que hace a la familia el lugar ideal para forjar los valores, y de esta forma, alcanzar un modo de vida más humano y tolerante, para luego transmitirlo a la sociedad entera. Lo que hay que tener en cuenta es que, el valor de la familia no reside solamente en aquellos encuentros habituales que se gestan en su seno, así como los momentos de alegría y la resolución de problemas cotidianos. El valor nace y se desarrolla cuando cada uno de sus miembros asume con responsabilidad y alegría el papel que le ha asignado “Dios”, procurando el bienestar, desarrollo y felicidad de todos los demás. Esto demuestra que formar y llevar una familia por un camino de superación permanente no es una tarea sencilla. Por el contrario, la vida actual y sus exigencias pueden dificultar la colaboración y la interacción. Las razones de ello se encuentran en que muchas veces ambos padres trabajan. Ante esta situación, es necesario dar orden y prioridad a todas nuestras obligaciones y aprender a vivir con ellas.  Es necesario reflexionar que el valor de la familia se basa fundamentalmente en la presencia de “Dios” en el hogar, así como  la de sus miembros física, mental y espiritualmente, con disponibilidad al diálogo y a la convivencia, haciendo un esfuerzo por cultivar los valores en la persona misma, y así estar en condiciones de transmitirlos y enseñarlos. En un ambiente de alegría todo esfuerzo se aligera, si existe la entrega plena a “Dios”, lo que hace ver la responsabilidad no como una carga, sino como una entrega gustosa en beneficio de nuestros seres más queridos y cercanos.
Lo primero que debemos resolver en una familia es el egoísmo: mi tiempo, mi trabajo, mi diversión, mis gustos, mi descanso... si todos esperan comprensión y cuidados ¿quién tendrá la iniciativa de servir a los demás? Si papá llega y se acomoda como sultán, mamá se encierra en su habitación, o en definitiva ninguno de los dos está disponible, no se puede pretender que los hijos entiendan que deben ayudar, conversar y compartir tiempo con los demás. La generosidad y la humildad  nos hacen superar el cansancio para escuchar los problemas de los hijos que para los adultos tienen poca importancia; dedicar un tiempo especial para jugar, conversar o salir de paseo con todos el fin de semana; la salida a cenar o al cine cada mes con el cónyuge, visitar a  parientes que estén fuera de nuestro entorno o que ellos te  visiten.  La unión familiar no se plasma en una fotografía, se va tejiendo todos los días con pequeños detalles de cariño y atención, sólo así demostramos un auténtico interés por cada una de las personas que viven y conviven con nosotros.  En casa todos son importantes, nadie es mejor o superior. Se valora el esfuerzo y dedicación puestos en el trabajo, el estudio y la ayuda en casa, más que la perfección de los resultados obtenidos; se tiene el empeño por servir a quien haga falta, para que aprenda y mejore; participamos de las alegrías y fracasos, del mismo modo como lo haríamos con un amigo... Saberse apreciado, respetado y comprendido, favorece a la autoestima, mejora la convivencia y fomenta el espíritu de servicio. Sería utópico pensar que la convivencia cotidiana estuviera exenta de diferencias, desacuerdos y pequeñas discusiones. La solución no está en demostrar quién manda o tiene la razón, sino en mostrar que somos comprensivos y tenemos autodominio para controlar los disgustos y el mal genio, en vez de entrar en una discusión donde, por lo general, nadie queda del todo convencido. Todo conflicto cuyo resultado es desfavorable para cualquiera de las partes, disminuye la comunicación y la convivencia, hasta que poco a poco la alegría se va alejando del hogar.
Dios los bendiga.